Grandes visitantes y buen nivel local deja como balance la temporada 2018 de jazz
No significa nada si no tiene swing
El jazz pensado desde Argentina ha sabido profundizar sus raíces, articular su historia y proyectarla a través del formidable intercambio generacional que existe entre los músicos. Branford Marsalis, Stefano Bollani y Sheila Jordan fueron las principales visitas extranjeras.
El cuarteto de Branford Marsalis en el ciclo Jazz Nights, en el Teatro Coliseo: un acontecimiento.
El cuarteto de Branford Marsalis en el ciclo Jazz Nights, en el Teatro Coliseo: un acontecimiento. 

Fue el año del lanzamiento de un nuevo disco de John Coltrane y esto podría bastar para calificar una temporada. La publicación de Both Directions at Once, un disco que rescata el registro de una sesión de grabación de 1963, fue algo así como la resurrección del gran saxofonista. Un Coltrane auténtico, entre pesquisas y certezas, con música original, junto a lo que muchos consideran la mejor formación que tuvo: McCoy Tyner en piano, Jimmy Garrison en contrabajo y Elvin Jones en batería. Esta fue una apreciada novedad discográfica en el ámbito del jazz también en Argentina.

En el jazz, más que en otros géneros, los discos suelen ser un buen indicador de la fecundidad artística. Queda claro que más que al redondel con el agujero en el medio, el término disco se refiere a un concepto, que puede girar también por la web. En un año de economías magras, el jazz local asentó, a pesar de todo, buenos registros. Es la prueba de que más allá de las coyunturas, el jazz pensado desde Argentina ha sabido profundizar sus raíces, articular su historia y proyectarla a través del formidable intercambio generacional que existe entre los músicos. Existen afinidades conceptuales importantes entre alumnos y maestros, en un ida y vuelta que pasa también por la idea y el sonido, la composición y su realización y las numerosas fuentes de la  improvisación. Por ahí circulan las razones de una producción que muestra aristas interesantes, muchas veces pensada desde el riesgo y casi siempre realizada con rigurosidad. Un panorama variado que sostiene una voz propia.

Un buen ejemplo es Lentes, del trompetista Juan Cruz Urquiza al frente de un septeto multietario que completan Juan Filipelli en guitarra, Sergio Verdinelli en batería, Sebastián de Urquiza en contrabajo, Lucas Goicoechea en saxo alto, Pablo Moser en saxo tenor y Franco Espíndola en trombón. Música original, riqueza tímbrica, abstracción melódica, improvisación libre. Estas son algunas de las características de un disco vigoroso y notable. Escalandrum, por su parte, se confirmó como una banda con proyección más allá del circuito local, además de una versátil máquina de música. Este año volvió a la obra propia con Studio2, el disco que el sexteto grabó en los estudios Abbey Road de Londres y que, mitología aparte, suena muy bien, además de contener música bien tocada y un concepto de grupo que equilibra con brío jazzístico lo colectivo y lo individual.

Además del impulso que da el intercambio generacional, la producción original caracteriza al jazz que por estos tiempos se hace en Buenos Aires. En este sentido caminan trabajos también meritorios por la personalidad del lenguaje, como La paciencia está en nuestros corazones, del Colegiales Trío (con Adrián Iaies, Diana arias y Facundo Guevara). También Mayo, del contrabajista Nicolás Ojeda; La hora inexacta, del saxofonista Luis Nacht; Danza, del contrabajista Mariano Otero; La palabra no dicha, de Julián Solarz Grupo; La sombra del sauce transparente, del Cuarteto del guitarrista Carlos Casazza; y Memoria, del baterista Hernán Mandelman. Estos dos últimos son lanzamientos del siempre afanoso sello Blue Art de Rosario, que en 2018 también publicó Afro Blue, de la cantante Floppa Sukdorf, con los arreglos de Mariano Loiacono. En el rubro cantantes, sorprendente resulta una vez más Victoria Zotalis, que al frente de Origami dio forma a Semimundos.

Otro sello que impulsa una idea de identidad sonora es Kuai, que en 2018 publicó títulos como Igual, del saxofonista Rodrigo Domínguez (con Jodos, Carmona y Brandán) y Soledades permanentes, un reflejo potenciado de Bronca Buenos Aires, la obra de Jorge López Ruiz —que nos dejó hace poco días —, a quien los jóvenes integrantes del Ensamble Kuai reconocen como “uno de los primeros compositores de peso en el jazz argentino”. Productor y coordinador del disco es Juan Bayón, contrabajista y compositor que con su Vidas simples mostró la madurez de un músico de amplios recursos y produjo el mejor disco del año. Otro trabajo destacado es Los vínculos, un montaje sonoro de Paula Shocron a partir de las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach. Como en un caleidoscopio, la pianista refleja con libertad y agudo sentido del tiempo y el espacio el gesto esencialmente teatral del sonido y sus articulaciones, en un discurso en el que la improvisación pareciera dialogar con el revés de la trama bachiana.

Entre los debuts discográficos del año que se fue se destaca el del guitarrista Martín Iaies. Rewind & FF, también con obra propia, se llama el trabajo del que forman parte también Andrés Tarditti en saxos, Andrés Chirulnicoff en contrabajo y Mauricio Cardona en batería. Un disco de franqueza melódica, con temas equilibrados en la forma y en la relación composición-improvisación.

Además de los festivales del Centro Cultural por la Memoria Haroldo Conti y del Xirgu Espacio Untref, estuvo el Buenos Aires Jazz Festival, que este año abrió con la formidable cantante británica Norma Winstone y cerró con el extrovertido saxofonista Stefano De Battista. En el medio, hubo cinco días con buen jazz de distintas latitudes y maneras varias, con la Usina del Arte como epicentro. El centro cultural de La Boca fue también escenario de propuestas interesantes a lo largo del año, entre otras cosas con la modalidad de residencias, que dio buenos resultados artísticos y movilizó a músicos locales en torno a figuras internacionales. El contrabajista Renaud García-Fons, el trompetista Dave Douglas y el pianista Uri Caine, además de la histórica cantante Sheila Jordan.

Buena parte de los recursos para este  tipo de iniciativas viene de algunas de las numerosas  instituciones culturales extranjeras presentes en Buenos Aires y sus embajadas. En el año que pasó fue importante también el aporte del Instituto Italiano de Cultura, que a través del programa Italia XXI promovió entre otras cosas, la presencia del pianista Giovanni Guidi en La Usina, el trompetista Paolo Fresu (que actuó junto a Chano Domínguez)  y una vez más Stefano Bollani, que en el Teatro Coliseo presentó Que bom, su último disco, y en el CCK, con la Orquesta Sin Fin dirigida por Exequiel Mantega, interpretó su Concerto azzuro.

La legendaria Sheila Jordan cantó en Buenos Aires a los 89 años.

El Centro Cultural Kirchner mostró vitalidad en la primera parte del año, con las presencias de Tim Berne & Big Satan, Ches Smith y su cuarteto, Hugo Fattoruso y Tony Malaby (con Jodos, Verdinelli y Domínguez). El Día Internacional del Jazz, en abril, se celebró con la Big Orchestra, de Mariano Loiácono y el saxofonista norteamericano Antonio Hart como invitado. No obstante estos destellos, la programación del  CCK en materia de jazz se fue desdibujando con el pasar de los meses, sin llegar a consolidarse como el centro que Buenos Aires necesita.

En este panorama, el circuito internacional comercial tuvo propuestas atractivas. Diana Krall en el Gran Rex, Al Dimeola en el Ópera y en el Coliseo el ciclo Jazz Nights, que propuso a Richard Bona, Branford Marsalis y Victor Wooten, además de Herbie Hancock en el Luna Park y la brasileña Rosa Passos junto al contrabajista Paulo Paulelli en el Bebop Club, redondearon la oferta de una ciudad que en materia de jazz también este año mostró su personalidad.

 

 

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